EXTRA!
El amor cuando se clausura duele y cuando duele saca sus
garras. Los enamorados que ven cómo su relación se va desgajando empiezan a
observar con crítica, rabia y venganza a su pareja y se preparan para el
momento final. Ese es el instante en el que nos dejan colarnos Bárbara Lennie e Israel Elejalde cuando
asistimos a una función de ‘La clausura del amor’, la obra protagonizada por dos grandes actores que se dejan la piel interpretando a dos personas
en el momento en el que rompen su camino común.
Este montaje, que se estrenó agotando entradas en los Teatros del Canal como parte del Festival de Otoño a Primavera de 2015, puede verse
ahora, tras su paso por el Festival Grec de Barcelona,
en El Pavón Teatro Kamikaze. El
renovado espacio cultural madrileño está reponiendo los grandes
éxitos de la compañía Kamikaze, los mismos que han agotado localidades siempre que han estado en cartel, como ‘Juicio a una zorra’, con Carmen
Machi, o ‘Misántropo’,
protagonizado también por Elejalde.
ahora, tras su paso por el Festival Grec de Barcelona,
en El Pavón Teatro Kamikaze. El
renovado espacio cultural madrileño está reponiendo los grandes
éxitos de la compañía Kamikaze, los mismos que han agotado localidades siempre que han estado en cartel, como ‘Juicio a una zorra’, con Carmen
Machi, o ‘Misántropo’,
protagonizado también por Elejalde.
‘La clausura del amor’,
escrita por Pascal Rambert, nos
cuenta la historia de un desamor justo en el violento instante de la ruptura. El
autor ha dirigido representaciones de esta misma pieza en diferentes países, eligiendo en España a un acertado tándem para representar el dolor y el sufrimiento
que se vive en un proceso de separación.
escrita por Pascal Rambert, nos
cuenta la historia de un desamor justo en el violento instante de la ruptura. El
autor ha dirigido representaciones de esta misma pieza en diferentes países, eligiendo en España a un acertado tándem para representar el dolor y el sufrimiento
que se vive en un proceso de separación.
Con una escenografía sobria, casi vacía, y una iluminación hospitalaria, dos actores llamados como los intérpretes en su vida real salen al escenario, el lugar
en el que desarrollan su trabajo. Comienza el monólogo de Israel con una exposición de los motivos por los que ha decidido romper la relación con su pareja. El intérprete madrileño hace un magnífico papel, a
ratos derrotado y a ratos rabioso.
en el que desarrollan su trabajo. Comienza el monólogo de Israel con una exposición de los motivos por los que ha decidido romper la relación con su pareja. El intérprete madrileño hace un magnífico papel, a
ratos derrotado y a ratos rabioso.
Tras media hora durante la que presenciamos sus quejas, desaliento y frustraciones, le toca hablar a Bárbara, que ha aguantado todo el
chaparrón que se le ha venido encima y que aprovecha su oportunidad para dar su punto de vista. El camino que
transita el personaje femenino va del amor al desamor por todos los recovecos, con crueldad por
momentos pero también con fuerza, pese a que en la primera parte se muestra
frágil ante las palabras de su amado. La interpretación de Bárbara Lennie es aún más
real y visceral que la de su compañero. Impresiona toda la verdad que transmite.
Los movimientos coreográficos por el escenario,
cuidados y precisos, aumentan la distancia insondable que se ha
instalado entre los dos. Y tras los dardos que se lanzan,
ambos pierden. Ninguno renuncia. No se tocan: la distancia está presente en
toda la obra, como un protagonista más. No hay vuelta atrás. El telón cae y los actores, derrotados,
saludan al público entre lágrimas, sin poder fingir sonrisas. Ahora sí: el amor ha muerto.
chaparrón que se le ha venido encima y que aprovecha su oportunidad para dar su punto de vista. El camino que
transita el personaje femenino va del amor al desamor por todos los recovecos, con crueldad por
momentos pero también con fuerza, pese a que en la primera parte se muestra
frágil ante las palabras de su amado. La interpretación de Bárbara Lennie es aún más
real y visceral que la de su compañero. Impresiona toda la verdad que transmite.
Los movimientos coreográficos por el escenario,
cuidados y precisos, aumentan la distancia insondable que se ha
instalado entre los dos. Y tras los dardos que se lanzan,
ambos pierden. Ninguno renuncia. No se tocan: la distancia está presente en
toda la obra, como un protagonista más. No hay vuelta atrás. El telón cae y los actores, derrotados,
saludan al público entre lágrimas, sin poder fingir sonrisas. Ahora sí: el amor ha muerto.