EXTRA!
Punzantes
y necesarias son las palabras de ‘Una habitación propia’, famosísimo ensayo que la escritora
británica Virginia Woolf editó en 1929, y que regresan por tercera vez a los
escenarios madrileños tras gran éxito de crítica y público. Un bofetón de
realidad tan actual hoy como hace un siglo. Un certero monólogo, feminista
hasta la médula, que no ha perdido un ápice de interés.
Tras
agotar localidades a su paso por el Teatro Español y el Kamizake, es
ahora el Teatro Galileo el que programa la adaptación escénica dirigida
por María Ruiz de este libro de Woolf. El texto, que volverá al mismo escenario el próximo mes de junio, pivota sobre la presencia de las
mujeres en el mundo de la literatura, aunque va mucho más allá.
A través de una alter ego que imparte
una clase universitaria, Woolf repasa el papel creativo de las mujeres en el mundo de las artes. Una revisión que lo es, sobre todo, de aquellas mujeres brillantes que
nunca fueron. O, más bien, la historia de aquellas a las que no les
permitieron ser. La de las obras nunca creadas, que se perdieron sin ni
siquiera haber llegado a existir.
una clase universitaria, Woolf repasa el papel creativo de las mujeres en el mundo de las artes. Una revisión que lo es, sobre todo, de aquellas mujeres brillantes que
nunca fueron. O, más bien, la historia de aquellas a las que no les
permitieron ser. La de las obras nunca creadas, que se perdieron sin ni
siquiera haber llegado a existir.
Porque
nacer mujer es algo que hasta el pasado siglo, y aún hoy en muchos contextos,
ha sido un impedimento para realizar lo que a los hombres sí les estaba
permitido: crear arte. Apenas unas pocas lograron las condiciones necesarias
para poder dedicar su vida a labores que no fueran las familiares. Unas
circunstancias específicas que Woolf resume en dos: disfrutar de su dinero para contar con una independencia vital y una habitación propia que
posibilite la libertad creativa sin interferencias.
nacer mujer es algo que hasta el pasado siglo, y aún hoy en muchos contextos,
ha sido un impedimento para realizar lo que a los hombres sí les estaba
permitido: crear arte. Apenas unas pocas lograron las condiciones necesarias
para poder dedicar su vida a labores que no fueran las familiares. Unas
circunstancias específicas que Woolf resume en dos: disfrutar de su dinero para contar con una independencia vital y una habitación propia que
posibilite la libertad creativa sin interferencias.
Una magistral Clara Sanchís pone voz y emoción durante 75 minutos a
las deliberaciones, al principio aparentemente vagas pero después tremendamente
afiladas, que la prestigiosa autora británica escribió a principios del siglo XX, apenas
una década después de la consecución del peleado sufragio femenino.
las deliberaciones, al principio aparentemente vagas pero después tremendamente
afiladas, que la prestigiosa autora británica escribió a principios del siglo XX, apenas
una década después de la consecución del peleado sufragio femenino.
La
velada comienza con un paseo por el campus que pronto deriva en un torbellino
dialéctico que atrapa con fuerza al espectador. Airadamente, Sanchís protesta
por pequeñas diferencias en comportamientos sociales, lo que hoy llamaríamos micromachismos, antes de entrar a repasar las bochornosas
descripciones que insignes hombres de la Historia dedicaron al sexo femenino.
Frase a frase, el estupor se va adueñando del público. Con el ambiente
caldeado, se teoriza sobre cuál hubiera sido el devenir de una ficticia hermana de
Shakespeare, cuyo equiparable ingenio habría sido sin duda apagado en una
sociedad en la que el 50% de la población vivía sometida por la única condición
de su sexo.
velada comienza con un paseo por el campus que pronto deriva en un torbellino
dialéctico que atrapa con fuerza al espectador. Airadamente, Sanchís protesta
por pequeñas diferencias en comportamientos sociales, lo que hoy llamaríamos micromachismos, antes de entrar a repasar las bochornosas
descripciones que insignes hombres de la Historia dedicaron al sexo femenino.
Frase a frase, el estupor se va adueñando del público. Con el ambiente
caldeado, se teoriza sobre cuál hubiera sido el devenir de una ficticia hermana de
Shakespeare, cuyo equiparable ingenio habría sido sin duda apagado en una
sociedad en la que el 50% de la población vivía sometida por la única condición
de su sexo.
Mientras
deambula por un sencillo pero cálido entorno, compuesto por una mesa con varios
legajos y un piano, los gestos y palabras de Sanchís cautivan a los presentes. Las
pequeñas pausas en las que la actriz ensaya obras de Bach apenas suponen un
respiro, pues la furia acaba apoderándose del martilleo de las teclas. La
espiral discursiva crece y deriva en momentos de ironía que disparan cómplices
risas del público en la arenga final.
Un embargante sermón que no puede sino
hacer suyo cada uno de los espectadores que comprenda la injusticia histórica
del patriarcado, que tristemente aún no ha tocado a su fin. Este
tercer breve periodo sobre las tablas de ‘Una habitación propia’ supone una delicia pasajera que, sin duda, hay que apresurarse a disfrutar antes de
que vuele, quizá esta vez para no regresar.
deambula por un sencillo pero cálido entorno, compuesto por una mesa con varios
legajos y un piano, los gestos y palabras de Sanchís cautivan a los presentes. Las
pequeñas pausas en las que la actriz ensaya obras de Bach apenas suponen un
respiro, pues la furia acaba apoderándose del martilleo de las teclas. La
espiral discursiva crece y deriva en momentos de ironía que disparan cómplices
risas del público en la arenga final.
Un embargante sermón que no puede sino
hacer suyo cada uno de los espectadores que comprenda la injusticia histórica
del patriarcado, que tristemente aún no ha tocado a su fin. Este
tercer breve periodo sobre las tablas de ‘Una habitación propia’ supone una delicia pasajera que, sin duda, hay que apresurarse a disfrutar antes de
que vuele, quizá esta vez para no regresar.