EXTRA!

‘La belleza encerrada’ arranca con la reivindicación de lo pequeño y de lo oculto. Como me dijo una vez alguien muy especial, esa belleza encerrada parte de los pequeños gestos que logran grandes obras, de las pequeñas ideas que atesoran las grandes personas. Interesante planteamiento en una sociedad en la que el individuo se siente diminuto frente a las grandes estructuras que lo controlan todo. Poco a poco ese individuo descubre que en solitario puede ser complicado sobrevivir, pero que en la unión está la fuerza. Eso mismo gritan todo estos cuadros, que fueron abandonados, uno a uno, en los almacenes del Museo del Prado, y que finalmente han sido recuperados para triunfar como conjunto.
Componen la muestra un total de 17 salas y 281 obras que encierran cinco siglos de cultura en pequeñas pinceladas. Desde los colores brillantes y luminosos de ‘La Anunciación’ de Fra Angélico, pasando por la negra ‘Vánitas’ de Jacques Linard en la sala 8, donde se concentran las naturalezas muertas, los retratos que inundaron el siglo XVII y las pinturas de Goya, para acabar de nuevo en la suave luminosidad de Fortuny en su maravillosa ‘Los hijos del pintor, María Luisa y Mariano, en el salón japonés’. Como el mismo paso del tiempo, no todas las obras permanecen al mismo nivel, pero eso quizá hace que el visitante valore más aquellas que brillan con más fuerza, destacando sobre el conjunto.

No pasen por alto la serie de cinco tablas ‘El muro de los sentidos’, donde Jan Brueghel y Rubens muestran su interpretación del gusto, el oído, el tacto, el olfato y la vista en varias escenas de gran belleza. Tampoco dejen de curiosear las postales que forman parte de la exposición, pues en lugar de presentar las obras completas al uso, recortan pequeños detalles de las mismas, reafirmando esa idea de la vital importancia de lo que permanece oculto.