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El Teatro Nuevo Apolo propone al público revivir el tradicional ballet clásico ‘El lago de los cisnes’ en una versión del director artístico y solista Hassan Usmanov. Hasta el domingo 19 de mayo, los espectadores pueden volver a sumergirse en la historia de amor entre el príncipe Sigfrido y la encantada Odette.

Sigfrido celebra en un jardín su vigésimo primer cumpleaños, momento en el que su madre le recuerda que al día siguiente, en la celebración oficial de su aniversario, deberá  elegir esposa. El príncipe cae en una profunda melancolía y el Bufón le anima a salir de caza. Será entonces cuando Sigfrido descubra un lago de mujeres-cisne hechizadas por el malvado mago Rothbart y se enamore de la reina, Odette.


Lo cierto es que, al tratarse de un reconocidísimo ballet, las opciones de impacto en el espectador son limitadas, debiendo recurrir a la innovación para no caer en la mediocridad. En este caso, el espacio reducido del escenario desluce considerablemente la actuación de los bailarines.  Otro punto débil de la representación es la ausencia de orquesta en directo, algo que desmerece la composición original de Chaikovski


Los cuatro actos en los que se divide el ballet discurren con lentitud, algo de lo que se percata especialmente el público menos habituado a este tipo de producciones. El primer y tercer acto, que transcurren en el castillo, no convencen: la excesiva luz no encaja con los delicados movimientos de los bailarines, algo que, sumado al multitudinario elenco en escena y al escaso decorado acabo transmitiendo al espectador la sensación de caos.


No obstante, el segundo acto resulta hermoso, al tratar con acierto la iluminación, aprovechar bien el decorado y observar una ejecución correcta de los movimientos. El cuarto acto, que también transcurre en el lago, es calificable del mismo modo. Los actos pares acaban salvando el ballet debido a la gran pasión con la que trabajan el movimiento los bailarines.


A pesar de la técnica correcta del equipo artístico, en ocasiones se extraña una interpretación más potente que evoque al público los sentimientos tan profundos que plasmó en su obra el autor original. Cuando las luces se encienden al final de la representación, el espectador sale del patio de butacas sin el regusto que cabría esperar.