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La esperada
exposición ‘Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideologías y artes plásticas en España 1833-1931’ se inauguraba en el Museo del Prado tras ser pospuesta por la pandemia de
COVID-19. La muestra, comisariada por el Técnico de Conservación de Pintura del Siglo XIX Carlos G. Navarro, propone al público un viaje revisionista a la
misoginia que imperó en la política artística de los siglos XIX y XX, en la que el propio museo tuvo un papel
preponderante.
Así, da continuidad a la senda iniciada con las recientes
exhibiciones sobre Clara Peeters, Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana para dar el merecido espacio que
deben ocupar las mujeres artistas y su experiencia.

No exenta de polémica, la muestra se iniciaba en origen con una obra atribuida a Concepción Mejías de
Salvador
, un lienzo que se encuentra en un
estado de conservación lamentable y que se erigía como una metáfora del
desinterés que la política artística del Estado ha mostrado hasta ahora por las
creaciones de las mujeres. Sin embargo, la experta en Historia del Arte Concha Díaz Pascual ha constatado que su atribución era errónea y que, en realidad, el cuadro fue creado por el pintor 
Adolfo Sánchez Megías. Tras conocer este hecho, el museo se apresuró a retirar la obra, dejando en evidencia una vez más el largo camino que le queda por avanzar a la institución. Camino que también consideran insuficiente en la Asociación de Mujeres en las Artes Visuales (MAV), desde la que se denuncia la ausencia de mujeres en los patronatos y órganos de dirección de los museos españoles y la falta de transparencia en sus políticas en relación al género, así como la necesidad de incorporación de criterios de igualdad en la totalidad de sus actuaciones.

A pesar de este error y de las muchas enmiendas que le quedan por realizar a la prestigiosa pinacoteca, la muestra no deja de tener su interés en un recorrido articulado en base a 17 secciones temáticas con más de 130 pinturas, esculturas, fotografías, escena cinematográficas de una de las pioneras de este arte, Alice Guy-Blaché, e incluso trabajos de bordado.

La exposición, que se podrá visitar hasta el próximo 14 de marzo de 2021, se presenta en dos partes bien
diferenciadas. Por un lado, una primera en la que se revisa la ideología
escondida en la representación de las mujeres como modelos o arquetipos en obras de la época realizadas por hombres. En esta parte se observa cómo el Estado legitimaba esta
ideología y adoctrinamiento a través de adquisiciones o premios a un imaginario
patriarcal, al mismo tiempo que menospreciaba o censuraba lo que se salía de este
molde. Por otro lado, destacan secciones en las que se expone el trabajo de mujeres
artistas raramente reconocidas como tales y, en muchas ocasiones, dedicadas a
artes que se consideraban menores por el hecho de ser realizadas
mayoritariamente por mujeres, como es el caso del bordado. Las hay que incluso se limitaban a sobrevivir como meras copiantas, palabra con la que aparecen
muchas de ellas en los libros de registro de la pinacoteca.

Englobada en la primera parte cabe mencionar la serie cronológica de los reyes de
España de Federico Madrazo, que se usó para validar la
legitimidad del reinado de Isabel II que los carlistas cuestionaban por encabezarlo una mujer, en la que se realza el papel de las reinas de España. También
en la pintura social se puede ver
cómo se legitiman los usos sociales patriarcales en los que los hombres
aparecen educando a las mujeres
, como en ‘El consejo del padre’ de Plácido
Francés y Pascual
, o se ensalza la virtud femenina como en ‘Último
sueño de una virgen’ de Manuel Villegas Breva

Otro clásico es el de
asociar la figura femenina a la locura, como en el caso de la mitología en
torno a la reina Juana I de Castilla, que se utilizó para deslegitimar su
derecho al trono y el acceso al poder de las mujeres,
o a defectos ligados a lo femenino, como se puede observar en la obra ‘Soberbia’ de Baldomero
Gili y Roig
. También se presenta un subgénero cercano al folletín
en el que se muestra a las hijas pródigas que regresan al hogar tras ser
seducidas por un hombre o las ‘Falenas’ (mariposas nocturnas) de Carlos
Verter Fioretti
, una pieza destacada en el cartel de la exposición.

También
se denuncia desde la perspectiva actual la situación de las mujeres que se
veían abocadas a posar desnudas por necesidades económicas sin querer ser
reconocidas, como en ‘La lucha por la vida’ de Rafael de la Torre, o de niñas que posaban desnudas en situaciones sexualizadas, algo normal en la época, como se ve en la ‘Crisálida’ de Pedro Sáenz.
Por supuesto, hay un espacio dedicado a la maternidad y al cuidado de los
hijos, que se entendía como una obligación de las mujeres, algo que se puede observar en
pinturas como ‘La Toilette’, en la que Federico Godoy critica a
una madre que – desde su visión – desatiende a los hijos y el orden de la casa.
En este apartado, la maternidad confluye con la clase social en cuadros
como ‘El precio de una madre’ de Marcelino Santa María, donde una nodriza se ve obligada a dejar de lado a su familia para cuidar del hijo de una
familia acomodada. A este canon también hubo algunos que se opusieron, como Antonio
Fillol
con el impactante ‘El sátiro’ que, sin embargo, fue censurado
en la Exposición Nacional de 1906 por resultar indigno al mostrar a una niña
identificando a su abusador.

En
la segunda parte asistimos al papel de las mujeres como creadoras y
náufragas
, tal como acuñaron las escritoras Segunda Martínez Robles y Emilia
Pardo Bazán
, que denunciaron las enormes dificultades de las mujeres para
ganarse la vida y profesionalizarse, abocadas en muchas ocasiones a trabajos
modestos o indignos. También se recogen las obras de expertas copiantas, como Rosario Weiss o Emilia
Carmena
. Incluso se pueden ver obras de María Cristina de Borbón o
de Isabel II que, además de copiar obras de Murillo como ‘La
familia del pajarito’, se convirtieron en importantes mecenas de la
actividad artística de las mujeres,
como ejemplifica el retrato a Alfonso XII
encargado a Cécile Ferrère o la adquisición de obras de Helèna Feillet
o de Francisca Stuart de Sindict, especializada en pintura de batallas y
asuntos militares, algo insólito en la época.

Al
ser la fotografía un arte novedoso también logró destacar Jane Clifford,
una de las pioneras en registrar el patrimonio artístico español.
Si en algún momento se reconocía a alguna mujer como artista era en los géneros
considerados menores, como el bodegón o la miniatura, en los que se pueden ver
obras como ‘Uvas de España’ de María Luisa de la Riva o las
pinturas sobre porcelana de Sophie Liénard. Otro hecho que llama la
atención es que muchas mujeres artistas se retrataban como señoras o damas sin
hacer referencia a su condición de artistas, contra lo que se rebela en su ‘Autorretrato’
la asturiana Lluïsa Vidal

Poco a poco, las mujeres fueron aumentando su
participación en certámenes y exhibiciones, enfrentando críticas que resaltaban
lo sorprendente de su condición de artistas, como cuando se decía
que Elena Brockman pintaba como un hombre o que Antonia
Bañuelos era el mejor pintor de su sexo.
La exposición
finaliza con otro autorretrato, el de María Roësset, conocida como MaRo, que se diferencia de las demás creadoras que aparecen por no tener ninguna
relación de parentesco con hombres artistas, como era habitual entre las que
conseguían sobresalir, siendo la primera de una saga de mujeres creadoras. Un
simbólico broche final.

Como subraya MAV en su comunicado, aunque se agradecen los gestos llevados a cabo en los últimos años por el museo, es necesario recordar que llegan tarde y que aún queda mucho por hacer. Más allá de la polémica suscitada o del interés de la muestra en sí misma, tal y como se preguntaba en redes sociales el autor de ensayos como ‘Las invisibles’Peio H. Riaño, en el que ya denunciaba cómo el Prado lleva más de 200 años ignorando a las mujeres y reproduciendo el modelo patriarcal de siglos anteriores, el problema es cómo
volvemos ahora a las salas del siglo XIX del Prado, que no tienen el relato de
la mujer incorporado y que refuerzan lo que denuncia la exposición temporal…