EXTRA!

En un ambiente tétrico en el que, envueltas en la más pura trivialidad de la vida, se entremezclan la desazón y la esperanza por un mundo mejor, la compañía granadina La butaca vacía dota de vida a la criatura de Mary Shelley en ‘Frankenstein, el musical’, espectáculo en cartel hasta el 18 de agosto en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid.
Ya sólo los latidos del corazón al inicio de la función preparan al espectador para meterse de lleno en la historia de Frankenstein, también llamado ‘el moderno Prometeo’. Una historia tejida durante el verano boreal de 1815, ‘el año sin verano’ (tal y como nos vendieron el de este 2013) y publicada tres años más tarde, la cual sigue siendo una de las novelas góticas más leídas e inspiradoras tanto en cine como en teatro. No se trata de una versión libre, sino que se mantiene fiel a la novela para gran entusiasmo de los seguidores de la misma.

Haciendo uso de un decorado y una estética cuidada, esta humilde compañía formada por más de 40 intérpretes sorprende por la ejecución de cada uno de los personajes que aparece en escena, capitaneados por Julián Salguero en la piel de Víctor Frankenstein jugando a ser Dios. Si no fuera por ellos, que se rasgan la piel sobre el escenario, la obra pasaría desapercibida entre tanto estreno de producciones comerciales que cuentan con mayor apoyo económico. Quizás esa sea la magia de la producción.
El ritmo de los acontecimientos, por donde la tragedia camina de puntillas, marca toda el montaje. El primer acto es pausado y ahonda en los vínculos entre cada personaje y sus obsesiones. En ese cóctel molotov de vínculos interpersonales reside la clave para entender el contexto siniestro del musical. Sin embargo, en el desenlace, nada se mantiene en equilibrio. Los personajes se mueven por el escenario en una danza cara a cara con la muerte, cuestionándose la verdadera motivación de sus vidas bajo la eterna duda: ¿podemos ser capaces de superar la crudeza tan real de lo irreal cuando nos vemos sometidos a tan bajas pasiones?
Texto de Vanessa Angel.
Imágenes de David Molina.