dan la mano en la
antología de una de las más destacadas personalidades del surrealismo del siglo XX, el pintor belga Paul Delvaux, que el Museo Thyssen acoge – hasta el próximo 7 de junio – en cinco salas que reúnen 53 obras esenciales del autor, cedidas en su mayor parte por el mayor coleccionista del artista, Pierre Ghêne.
de su mirada surrealista, situándolos en un universo pictórico situado más allá del tiempo. En sus obras siempre hay alguien que mira, pero nunca hay reacción de los
sujetos observados, solamente unas enormes cuencas oscuras casi como si fuesen sonámbulas. Crea así un universo enigmático en medio de una atmósfera
extraña e ilógica que no deja indiferente.
metafísica de Giorgio de Chirico y las escenas oníricas de René Magritte, los
colores planos y las figuras aisladas
en grandes espacios abiertos recorren la retrospectiva, mientras que la difícil relación del autor con las
mujeres y su
fascinación por el cuerpo femenino se hace cada vez más patente durante el recorrido de la muestra. Sus Venus dormidas nacen de una experiencia personal vivida en Bruselas en el año 1932, cuando contempló una atracción del Musée Spitzner que consistía en una mujer desnuda hecha en cera y dotada de respiración mecánica.
La mujer es presentada como una suerte de maniquí sin
alma rodeada de un vacío que el autor no es capaz de traspasar para
entender qué hay tras su mirada. El azul invade la noche, mientras que la arquitectura y la escultura clásica (pasión alimentada por su lectura de la ‘Ilíada’ y la ‘Odisea’ y por sus viajes a Grecia e Italia) inundan las escenas de mujeres, a veces dobles, como si de clones se tratase,
pero siempre solitarias. Tras estas imágenes irrumpen trenes que dan movimiento a su iconografía y satisfacen su gusto por viajar a otras ciudades.
La exposición finaliza con la temática de los esqueletos, que para Delvaux no eran símbolo de muerte, sino de vida, pues consideraba que constituían el armazón sobre el que se asienta el ser humano.
Así, protagonizan escenas de la pasión de Cristo
siguiendo la tradición de las danzas macabras de la Edad Media.
Cierra la muestra una descripción del surrealismo establecida por el propio artista: ‘el resurgimiento de la
idea poética en el arte, la reintroducción del objeto de representación, pero
en un sentido muy determinado: el de lo extraño e ilógico‘. Organizada en colaboración con el Musée d’Ixelles de Bruselas, la retrospectiva está comisariada por Laura Neve, su agregada científica.