EXTRA!



Miguel Mihura es uno de los grandes autores teatrales en español y quizá de los más
desplazados de las tablas en los últimos años – tal vez por su incómoda militancia
en la Falange, quizá por la repetición hasta la saciedad de ‘Tres sombreros de copa’ en las
representaciones de fin de curso de todos los colegios e institutos -. En
cualquier caso, Gerardo Vera le ha quitado el polvo con gran acierto a una de
las comedias más redondas del escritor, ‘Maribel y la extraña familia’.


La
historia es tan sencilla como imposible. Marcelino, heredero de una importante
fábrica de chocolatinas en Cuenca, viaja a Madrid con doña Matilde, su madre,
para encontrar, con su ayuda y la de su tía doña Paula, una novia, una chica
moderna y alegre con la que casarse después de un trágico accidente que le dejó
viudo. Y así es como en un bar de alterne encuentra a Maribel y la lleva a casa
de su tía para presentarle a la familia, que no se entera – o no quiere
enterarse – de su profesión.
A partir de aquí, Maribel se ve atrapada
en una pugna constante entre la inocencia de su nuevo prometido y su familia y
la cruda realidad de sus compañeras de oficio.

Todo
ello lo ha colocado Vera con buen tino sobre el escenario del Teatro Infanta
Isabel de Madrid, podando y recortando la obra original hasta sacudirle casi
toda la caspa y lo rancio que pueda quedar de lo que no deja de ser una obra
costumbrista de finales de los 50.
Tanto es así que la acción se mueve más
atrás de la original, hasta los años 40, para hacer un lavado de cara y
presentar la comedia a los espectadores más jóvenes. Adjetivos, los justos. Ni
una palabra de más, ni una invención innovadora a medio gas. Aunque a veces,
sobre todo al principio de la historia, la acción renquea y uno recuerda que
está viendo una obra de hace más de 50 años, enseguida se rescata la esencia de
la trama, ofreciendo lo mejor de la comedia.

Si
este esfuerzo por respetar y hacer apetecible a Mihura fuera poco, esta
producción cuenta con un arma secreta: Lucía Quintana en el papel de Maribel.

Uno podría pensar que una generación de actores no muy familiarizada con Mihura
como la suya haría pinchar el proyecto, más cuando se pone en los zapatos de la
protagonista y auténtica conductora de la obra. Nada más lejos. Quintana parece
llevar el texto incorporado en su ADN y se mueve con una naturalidad pasmosa de
la Maribel que caza clientes en el Oasis a la Maribel prendada de Marcelino y
su familia, llevando la acción por donde ella quiere, que además es por donde
debe ir. 



Bien escoltada por sus tres tronchantes colegas de oficio, Rufi, Niní
y Pili – a cargo de Lidia Otón, Macarena Sanz y Chiqui Fernández -, nos hacen
olvidar el regusto a naftalina que inevitablemente dejan algunas escenas con
situaciones un tanto anacrónicas para el público actual.
De telón de fondo, Sonsoles Benedicto y Alicia Hermida – madre y tía de
Marcelino respectivamente -, ellas sí de una generación bien curtida en la obra
del autor, dan el toque intemporal y el aroma a teatro del absurdo – no tan
patente en Maribel como en otras comedias anteriores del escritor – que llegaron a
ser un día la firma del dramaturgo madrileño. Ante tales leonas de la
interpretación, el Marcelino de Markos Marín se eclipsa y no termina de
despegar, dejando a uno un tanto indiferente a ratos, aunque quizá ello sea
hasta deseable, al menos en algún momento, en un muchacho patológicamente
tímido y socialmente inepto como es su personaje.
La reinvención sin perder la esencia de ‘Maribel
y la extraña familia’ 
que hacen Gerardo Vera y su nueva productora Grey Garden en el Teatro Infanta Isabel de Madrid es la oportunidad perfecta para
encontrarse – o reencontrarse – con el teatro de Miguel Mihura, uno de los
imprescindibles de la comedia en español.
La obra permanecerá en cartel hasta el 8 de diciembre.