EXTRA!

Zarzuela y Madrid son dos términos inevitablemente unidos. Fue aquí donde
alcanzó su máximo esplendor durante el cambio de siglo y donde trabajaron sus
autores más famosos (Barbieri, Bretón, Chapí y otros tantos). Querida y amada por el pueblo madrileño (siempre
representado en sus escenas) el paso de los años ha relegado la zarzuela al
deleite de unos pocos nostálgicos, estudiosos y puristas. Es por eso que el Teatro de la Zarzuela, bastión indiscutible
del género, se ha decidido a renovarlo con la producción ‘¡Cómo está Madriz!’, sobre las tablas hasta el 12 de junio.


En este trabajo, el afamado
director teatral Miguel del Arco fusiona
dos conocidas zarzuelas, ‘La Gran Vía’ y ‘El año pasado por agua’, ambas
fruto del célebre dúo que formaron Federico Chueca
y Joaquín Valverde
. Las obras originales se desarrollan como
un viaje onírico en el que el protagonista se encuentra con personajes alegóricos
que van retratando las alegrías y miserias de Madrid y sus ciudadanos.


Aprovechando el formato, del Arco lleva a Paco (Paco León),
madrileño con domicilio en la Plaza
Mayor, hasta el momento en que la ciudad está a punto de poner en marcha el proyecto urbanístico de la Gran Vía
. En el sueño va conociendo,
a través de números musicales de ambas zarzuelas, a la endeudadísima Municipalidad, sus calles y monumentos, así como a los personajes ilustres de la época, de Valle-Inclán
a Machado, pasando por el mismímo Barbieri, padre del género chico.


La actualización que se pretende viene de la mano del colosal
trabajo de escenografía y caracterización de los personajes: la bigotuda calle
Libertad se calza los tacones y enarbola la bandera arcoíris, las ratas de
‘La Gran Vía’ se transforman en
conocidos corruptos contemporáneos
, doña Virtudes es sospechosamente parecida a
cierta presidenta chulapa y
Pablo
Iglesias Posse
se confunde hábilmente con Pablo Iglesias Turrión.


Del mismo modo que el reparto precisaba
de un gran esfuerzo para conectar con nuestro tiempo, ‘¡Cómo está Madriz!’ demuestra la sorprendente actualidad de los
libretos zarzueleros
. Tanto es así que los textos continúan fieles a la escritura de Felipe Pérez y Ricardo de la Vega a finales del siglo
XIX. Con caras nuevas, las letras revelan cómo las polémicas y penurias del
pueblo madrileño parecen persistir con el paso de los siglos.


Lo antiguo y lo nuevo encaja a la perfección gracias al espectacular esfuerzo del elenco, tanto de los
actores como de los cantantes, que se entregan a sus personajes con energía y
convicción contagiosas. Mención especial
merecen el barítono Luis Cansino y
la soprano María Rey-Joly, que junto
con Paco León dirigen y reparten el
ritmo de forma magistral
. El potente apoyo audiovisual y escénico así como el
cuidado trabajo de vestuario hacen que el montaje sea ágil y absorbente, aun
cuando el formato onírico y la rápida sucesión de escenas dificultan seguir el hilo conductor.


El aspecto negativo lo pone una parte del público abonado del Teatro
de la Zarzuela
. Representar una felación a un cardenal o
parodiar a Esperanza Aguirre y Luis Bárcenas parece motivo de indignación en pleno siglo XXI
. No sólo hay quien se marcha de la
sala sonrosado sino que quedan indeseables que, pese a sufrir con la obra, aguantan hasta el final para abuchear e increpar al elenco
y recordar que la libertad de expresión es sólo para los que
piensan como ellos. 
Afortunadamente, tanto actores,
cantantes y músicos como la mayoría del público manejan la situación con la
alegría característica de la producción. 


Quien crea que la zarzuela es un
género blanco e inocente quizá debería recordar que ‘La Gran Vía’ sufrió la censura de la
época por poner de vuelta y media a las fuerzas policiales de la época
en ‘El vals de la seguridad’ (incluido en
esta versión). La zarzuela siempre fue burla y no hay burla posible sin
crítica feroz. Aplauso sin reservas para Miguel
del Arco
y todo el equipo por entender que hay que reírse sin complejos de nuestras
miserias y contradicciones, y que la zarzuela aún puede ser el mejor medio para
hacerlo. Una obra que no se deben perder.