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Miles de personas se han acercado en los últimos meses a la gran exposición que el Museo Reina Sofía ha dedicado a Salvador Dalí y que el próximo 2 de septiembre cierra sus puertas. Más de 700.000 personas han formado parte de ese público que, por amor al arte, a la obra del genio surrealista o por ver aquello de lo que todos hablan, ya ha disfrutado de las 200 obras llegadas de todo el mundo.


Montse Aguer, comisaria de la muestra que previamente pasó por el Centre Pompidou de París, convirtiéndose en la más visitada de su historia con 800.000 personas,  aclara que el subtítulo de la exhibición, ‘Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas’ anima al análisis de un pintor poliédrico al que no está de más señalar como el más exhibicionista de nuestra era. Surrealista, enigmático y provocador, Dalí cuenta con una simbología compleja que ni él mismo llegó a entender.

Lo que sí hizo fue hablar de su
pintura como una catarsis que le permitía escapar de sus represiones y fobias,
liberándose así de la locura que rozaba constantemente.
En sus lienzos hiperrealistas
es posible observar los miedos de su infancia, la materia oscura de sus sueños,
los fantasmas de su inconsciente, sus represiones sexuales, sus problemas de
identidad, delirios alucinatorios y angustias.


Caballos que representan el deseo
inconsciente y la potencia sexual, elefantes que simbolizan la pureza, caracoles
que hablan del sexo femenino, alegorías masturbatorias… los elementos que
aparecen en sus pinturas suelen repetirse hasta la obsesión en la obra del de
Figueres, donde las nalgas, los excrementos, las muletas y los saltamontes se
mezclan con cuerpos en proceso de putrefacción e imágenes dentro de imágenes. Extraer
un mensaje lógico de una obra de Dalí es perseguir un imposible.

El período surrealista de Dalí
configura el núcleo de esta exposición, en la que el público puede acercarse a
sus misterios, manías y delirios a través, no sólo de su pintura, sino también
de sus escritos, obra escultórica, ilustraciones, trabajos publicitarios,
actividad cinematográfica y objetos decorativos.

Genio para unos y loco
extravagante para otros, se convirtió en un maestro de la autopromoción a golpe
de declaraciones carentes de sentido y en un personaje, más propio de la
ficción que de la realidad, que jugaba con su bigote, caminaba con bastón e iba
sobrado de aires de grandeza.

Una clave importante para
entender tanto la obra como la personalidad de Dalí es la importancia de la
dualidad como mecanismo para lograr la superación de los opuestos.
Es habitual
que en sus lienzos se presenten imágenes que enfrenten principios
contradictorios, como lo consciente y lo inconsciente o el sueño y la realidad.
Esto puede resumirse en la dualidad vital Eros-Tánatos, es decir, el impulso de
vida y el impulso de muerte, como explicaría Freud.

Esta tendencia se instaló en Dalí
desde su infancia debido a la obsesión con un hermano fallecido al que no llegó
a conocer, del que heredó el nombre, las expectativas familiares y un amor que, según él, pertenecía al recuerdo de su hermano muerto.

Su admiración por Franco le valió
el rechazo del movimiento surrealista. Es cierto que la mayoría de las
declaraciones políticas que hizo eran propias de un imbécil, pero en ellas
siempre había un interés simbólico que acababa ridiculizando la estética del
nacional-catolicismo.

Una de las obras que se pueden
observar en la exhibición del Reina Sofía es ‘La persistencia de la memoria’,
popularmente conocida como el cuadro de los relojes blandos. En el lienzo,
llegado desde el Museo de Arte Moderno neoyorkino, se observa un fondo firme y
rocoso de los acantilados de Port Lligat (Girona) contra el que se encuentran
unos relojes blandos que parecen derretirse. La obra alude a la teoría de la
relatividad de Albert Einstein y a la ausencia de tiempo y espacio en el mundo
de los sueños, del inconsciente y de la memoria.


La apuesta del Museo Reina Sofía
por uno de los artistas españoles más mediáticos era, desde el principio, una
jugada segura.
La muestra ya se ha convertido en la exposición más vista en la
historia de España. Polémico, paranoico y surrealista tanto en su obra como en sí
mismo, Dalí hace difícil el trazado de una línea que separe la realidad de la
leyenda.

Una pena, sin embargo, que la
organización de la cita esté dejando que desear, con la falta de taquillas que
agilicen el paso del público que, si no adquiere su entrada a través de
internet, llega a esperar más de dos horas en una fila que a menudo se usa como
símbolo de victoria para hablar de la exposición.

Falla, también, la disposición de
la muestra, con instancias pocas veces conectadas entre sí que hacen que el
público se desoriente constantemente en el Edificio Sabatini o decida seguir la
exposición obviando el orden establecido. 
Esto, tal vez, le resulte indiferente al visitante que acude el Museo
Reina Sofía
por primera vez con el mero objetivo de presenciar
aquello de lo que todos hablan. El mismo visitante, por cierto, que aprovecha
para colgar una instantánea en sus redes sociales cuando el vigilante se
despista. No se entiende que una parte considerable del público soporte varias
horas de espera para limitar el disfrute de la exposición a un paseo sin pausa
ni cabida para la reflexión. ¿Una vez dentro sólo importa llegar al final para
presumir durante días de una falsa experiencia? El arte degenerando en producto
de consumo.

En cuanto a los audiovisuales, la
exposición cuenta con material extenso de las colaboraciones de Dalí con
Hitchcok, Walt Disney, Luchino Visconti, Peter Brook… la pena es que, al tratarse
de una exposición con obras llenas de detalles, el visitante que evalúe con el
tiempo preciso cada lienzo puede acabar agobiándose por la amplitud de la
muestra. Hablar de más de cuatro horas de vídeo en la exhibición no
es exagerado.

La exposición se divide en 11
salas en las que el enamorado del artista probablemente extrañe una mayor
presencia de la etapa americana,
en la que Dalí utilizó a la prensa a su antojo
explotando su imagen extravagante a través de fotografías y autopromoción,
además de creando anuncios publicitarios, escenografía teatral, moda…
También se extraña encontrar
información adicional de Gala, la mujer de la que se enamoró y con la que logró
disimular sus pulsiones homosexuales, algo que alejó a Dalí de una dualidad
ambigua y llena de culpabilidad que en su obra se observa, entre multitud de
simbolismos, a través de la presencia de imágenes hermafroditas.

En su pintura, Salvador Dalí
encontró la mejor fórmula para desarrollar el delirio de sus obsesiones a
través de un críptico lenguaje gestado en sueños y alucinaciones.
Hasta el
próximo 2 de septiembre están a tiempo de acercarse a disfrutar de un artista
singular en una muestra que va mucho más allá de su papel de artífice del
movimiento surrealista.