EXTRA! 

‘Marina’ cumple las expectativas de un público entregado al género lírico español. La versión operística del maestro Emilio Arrieta suple la simplicidad de argumento con torrentes de belleza musical y visual. La obra, cumbre de la llamada Ópera Nacional, se estrenó en 1871 en el Teatro Real.

A la orilla del mar, Marina espera impaciente el regreso de Jorge, del que está enamorada en secreto. Para saber si él siente lo mismo, insta a Pascual a pedir su mano a Jorge. Si éste acepta, comprenderá que no está enamorado de ella; si no acepta, Marina entenderá que su amor es correspondido. Los hechos transcurren en la ‘Costa de Levante, playa de Lloret’, según anuncia Jorge a su llegada. 

Pese a ser criticada en sus inicios por la falta de profundidad en los personajes, fruto de la supresión de los textos de la primitiva zarzuela, lo cierto es que en el transcurso de la obra quedan dibujadas con tino las personalidades de las cuatro voces principales: Marina (soprano), Jorge (tenor), Pascual (bajo/barítono) y Roque (barítono). En general, la convivencia de las dos versiones de ‘Marina’ suscitó en la época no pocas discusiones entre los defensores de la zarzuela a ultranza y los de la debutante ópera española.

Sobre las tablas, Sonia de Munck, que encarna a Marina, encandila al espectador con una interpretación dulce y visceral. La rudeza de Pascual, dueño del astillero, queda de la mano del genial Simón Orfilia. De manera análoga, deslumbra la potencia vocal de Mikeldi Atxalandabaso en el papel de Jorge. Mención especial para Juan Jesús Rodríguez, uno de los más aplaudidos, cuyo Roque arranca risas en el patio de butacas gracias a sus tangos, solos y seguidillas. Amigo de Jorge, trata de disuadirle en la idea de amar a Marina (‘El que sufre cuando pierde/el amor de una mujer/es tal vez porque no sabe/que quien va ganando es él’).

Opiniones válidas en torno al género lírico patrio son las que critican sus previsibles historias, que ocupan demasiado tiempo en una sociedad avocada a la inmediatez. De esta manera, estar sentado algo más de dos horas hasta saborear el final feliz de ‘Marina’ crea un comprensible rechazo en el espectador.
No obstante, entrar dentro de la pieza sin otro objetivo que el puro disfrute es una experiencia más que satisfactoria. ‘Marina’ derrocha encanto desde las voces a la escenografía – sorprende la recreación del astillero, la arena de la playa, el muelle -. La historia de ‘Marina’ es a través de la música, de cuyos vaivenes el espectador adivina los matices de la historia. Un argumento sencillo es una vía perfecta para la recreación. Y recrearse hoy en día es una suerte de rebeldía. 

Cuando la obra termina, los intérpretes se rinden ante un Teatro de la Zarzuela abarrotado. Púbico que en su mayoría creció con la zarzuela, pero también público que la descubre o, incluso, la estudia. Este maltratado género no debe perecer mientras sus piezas sigan emocionando y sugiriendo, simplemente, placer por el placer.