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'Mientras dure la guerra' de Alejandro Amenábar

El 29 de septiembre del año 1864
nacía en la calle de Ronda del viejo Bilbao uno de los grandes nombres de la Generación
del 98, el escritor y filósofo español Miguel de Unamuno, responsable de obras
mayúsculas de las letras hispanas como ‘Niebla’, ‘Abel Sánchez’ y ‘San Manuel Bueno, mártir’.
Diputado durante la República y rector de la Universidad de Salamanca en tres ocasiones, mucho se ha hablado de cómo
en el verano de 1936 decidió apoyar públicamente la rebelión militar que
prometió traer orden a la convulsa situación española. De sus decisiones,
consecuencias y contradicciones trata ‘Mientras dure la guerra’, la valiente película
de Alejandro Amenábar que llega este viernes 27 de septiembre a la cartelera.


Dejando a un lado las críticas de
quienes nunca entenderán que revisar en el audiovisual uno de los periodos más
dolorosos de un país es necesario para reconciliarse con la memoria de un
pueblo que sigue enfrentándose por sus símbolos y por llamar a los criminales
por su nombre, Amenábar entrega una pieza soberbia de 105 minutos en la que
poco hay que reprochar a un guion extraordinario que ha reposado tres años en
un cajón hasta llegar en el momento justo, cuando la ultraderecha vuelve a
tener representación política y millones de personas no son conscientes de la
responsabilidad de darles alas en las urnas y en los medios, a ellos y a
quienes les tienden la mano. Que esto es
fascismo: igual que en Italia y en Alemania
, recuerda uno de los discursos
más poderosos de la cinta.

Tras el estreno de ‘Regresión’ en
2015, Amenábar apuesta por una historia sobre la identidad y el derecho a
equivocarse con claras alusiones al presente, algo evidente en escenas en las
que unos pocos hombres son incapaces de ponerse de acuerdo a la hora de interpretar
la misma canción ante una bandera o cuando el enfrentamiento de las dos Españas se produce con
la misma vehemencia y argumentos que en la actualidad. Brillante recurso el
alejamiento progresivo de la cámara en ese instante, que plantea que quizá ese camino no
nos lleve a ninguna parte.

Intensas horas de caracterización sirvieron
para que un irreconocible Karra Elejalde se meta en la piel de Unamuno en una
interpretación magistral en la que el dominio del lenguaje corporal es clave,
lo mismo que en el caso de Santi Prego como un hermético Franco y de Eduard
Fernández
en el papel de un histriónico Millán-Astray. Hay poco que reprochar a
un trío de ases que en ningún caso cae en la caricatura.
Hasta seis meses trabajó
Prego en la preparación de un personaje que no busca una parodia, sino el reflejo de su psicología y apariencia delicada, algo en lo que tienen que ver sus
problemas de dicción y timidez, tras
lo que acaba revelándose su verdadero ser.

Eduard Fernández y Santi Prego

La destitución de Unamuno como
rector de la Universidad de Salamanca por parte del gobierno republicano
coincide con el inicio de una exitosa campaña por parte del general Franco para
sumar sus tropas al frente sublevado con la esperanza de hacerse con el mando
único de la guerra. Cuando se empieza a producir el encarcelamiento de algunos
de sus amigos, Unamuno reacciona hasta llegar al momento cumbre,
en el paraninfo
de la Universidad de Salamanca, donde se enfrenta a Millán-Astray
durante el Día de la Raza, tras lo que se recluirá en su casa de la calle Bordadores,
bajo vigilancia policial, falleciendo de un infarto dos meses después.

Para acercarse con veracidad a
los hechos históricos, Amenábar contó con la asesoría del prestigioso historiador
y catedrático Julián Casanova y del incansable trabajo de documentación del
coguionista Alejandro Hernández,
consultando innumerables fuentes bibliográficas
sobre la figura del escritor, así como testimonios de la época, acotando qué se
dijo y qué no en un acto en el que si hay algo evidente es el golpe sobre la mesa de Unamuno ante la barbarie del fascismo. El trabajo de vestuario
de Sonia Grande y la fotografía de Álex Catalán serán seguramente reconocidos
en los próximos Goya, lo mismo que una banda sonora de la que se ha encargado
el propio Amenábar.
Hablamos, en definitiva, de una
cinta necesaria y riquísima en su narrativa que plantea al espectador un problema
de identidad con el que carga hoy en día todo un país, sin olvidarse de la
importancia de ser consecuentes y del derecho de evolucionar como seres
humanos. Los letreros finales y la bandera que cierran al largometraje lanzan
una pregunta al aire: ¿qué hacemos como país a partir de ahora?
Un dardo que
apunta al centro de la diana en tiempos en los que nuestros políticos cargan 
con la etiqueta de indecentes por
sobradas razones.