EXTRA!



Imagina que te obligan a pasar el resto de tus días con tu
enemigo más acérrimo. Alrededor de esta idea se desarrolla la trama
que muestra el conflicto continuo entre dos formas completamente opuestas de
entender la libertad y la culpa cuando se vive un encierro. Y es que, ¿qué es la vida sin libertad? ¿Queda algún
tipo de esperanza u objetivo cuando se sabe que
se va estar aislado hasta que la muerte asome?

El ‘Romance del prisionero’, cantado por juglares hasta plasmarse en
papel (de forma anónima) en los siglos XIV y XV, ha sido el texto elegido por el
autor y director Juanma Romero Gárriz para inspirar el montaje ‘Prisionero en mayo’. El
que se ha convertido en uno de los dramaturgos más destacados de la actualidad hace uso de este conocido monólogo en primera persona que expresa la amargura más
absoluta que siente un prisionero ante la falta de libertad. Tras representarse durante siete años en multitud de escenarios, la Sala Off del Teatro Lara se convierte en una celda cada miércoles de abril a las 20.15 h.
En un primer plano se observan dos camas, una bombilla, algunos dibujos en la pared y un joven tecleando en su máquina de escribir. Al fondo, una guardiana porta las llaves de la prisión a la que acaba
de entrar el público. El preso es Abel, interpretado por Guillermo Llansó
(conocido por series como ‘Hospital Central’ o ‘Cuestión de sexo’), que da
vida a un joven reflexivo y solitario que trata de expiar su culpa leyendo la Biblia una y otra vez. La centinela es Nuria,
un personaje representado por Patricia Quero (‘Báthory contra la 613’) que simboliza la unión entre lo que queda fuera y lo que se
vive dentro de la cárcel.
A la hasta ahora calmada vida de Abel, que insiste en que se revise
su condena al estar seguro de no haber cometido el delito por el que está pagando,
llega un huracán que lo arrasa todo: el famoso criminal Enric Maddox Maddox, escenificado por Karlos
Aurrekoetxea
(al que hemos visto en series como ‘Amar en tiempos
revueltos’
y largometrajes como ‘La voz dormida’). Se trata de su nuevo
compañero de celda, quien llega con su ilimitada vitalidad, sus monólogos incansables sobre la vida
o lo que se le antoje – todo lo sabe – y sus incontables cartas escritas por admiradores que le siguen en todos sus encierros.


Es, concretamente, una de esas cartas la que
supone el detonante en la relación entre dos personajes completamente opuestos. Abel
ve una oportunidad clara para intentar equilibrar el mundo y hacer
una buena acción. El problema es que tiene que contar con el beneplácito de
Enric, al que la prensa compara con el conocido criminal estadounidense
Charles Manson, famoso por la cantidad de seguidores que ha tenido y mantiene mientras cumple cadena perpetua
por incitar a varios de sus
admiradores a terminar con las vidas de varias personas, entre ellas la de la
actriz en situación de embarazo avanzado Sharon Tate, esposa del director de cine Roman Polanski.
Patricia Quero dota a su personaje de la esperanza
necesaria para que el público empatice con los presos, entregando un papel
secundario imprescindible que sirve como nexo entre el aislamiento y el exterior,
espacios con percepciones del tiempo tan dispares que parecen no regirse por las
mismas normas. Guillermo Llansó
y Karlos Aurrekoetxea se disputan el protagonismo con interpretaciones tan adversas como armónicas. Mientras uno
siembra la contrariedad en el público, que ya no sabe si odiarle por lo
que ha sido o quererle por lo que es, el otro se mete en el bolsillo al espectador con su increíble capacidad de hacer reír y su verborrea ilimitada.
Premiada como mejor obra en el Certamen Nacional
de Teatro Art Nalón
en 2010 y mejor dirección en el IX Indifestival 2014 de
Escena Miriñaque
, la producción cuenta con elementos que la convierten en una pequeña joya. Entre otros, los giros de guión, la trama y la integración
del tema ‘Sinnerman’ versionado por la
inconfundible voz sofocada de Nina Simone, que recibe al público a la entrada y que se convierte en toda una declaración de intenciones, ya que en su día fue utilizada por los metodistas para ayudar a que las personas confesaran sus
pecados. Una creación que se disfruta de principio a fin; una
obra de arte que se ve, se escucha, se siente y no se despide a la salida del teatro, acompañando al espectador de por vida.