Pocas cosas se aprenden en la vida cuando no se hace a través del corazón, que razona con sus propias reglas y se encoge cuando los golpes llegan sin que nadie lo espere. Las cicatrices tienen su razón de ser en procesos que nos depuran y hacen crecer aunque a veces la cura dure demasiado tiempo. Del enquistamiento del dolor y la soledad que se siente en el camino hacia el equilibrio trata ‘Violet’, el primer largometraje del director y guionista belga Bas Devos.


Las cámaras de seguridad de una galería comercial graban el asesinato de un adolescente en presencia de su mejor amigo, Jesse (Cesar de Sutter), único testigo de un crimen ante el que se queda paralizado y posteriormente traumatizado. A través de un ejercicio estético destacable, Devos se centra en el proceso de introversión y tristeza que sufre el joven ante la pérdida de un ser querido al que ha visto morir.

La desorientación de Jesse llega a su momento álgido cuando asiste a una actuación de la banda black metal Deafheaven en la que su mirada se pierde entre multitud de jóvenes que disfrutan y saltan al ritmo de la canción que da título a la producción. Incapaz de superar el dolor, su aislamiento aumenta entre la incomprensión de quienes le miran con extrañeza y el cariño de unos padres que sufren con la aflicción de su hijo.


Los planos fijos, los espacios vacíos y los silencios interminables hablan en lugar de unos diálogos casi inexistentes y una narración que se estanca en la sensación de impotencia que sufre quien ni siquiera ha tenido tiempo de aprender a cuidar de sí mismo, algo que sabe reflejar con acierto la fotografía de Nicolas Karakatsanis. Excesivo, eso sí, el uso de planos secuencia que se extienden hasta el hastío.

El espectador comprende el proceso por el que atraviesa el protagonista de una arriesgada propuesta que cuenta con un reparto correcto que se ve lastrado por el ritmo lento de una producción que se aproxima al arte conceptual mediante la representación del desconsuelo a través de la imagen.

La técnica exquisita de la obra destaca pero se queda coja debido a una trama que no traspasa su planteamiento, despidiéndose del espectador en el mismo punto en el que le acogió una hora antes. A la angustia del protagonista se suma la hartura de un público que intenta ir más allá en lo que no deja de ser un ejercicio de dirección que podría haber dado mucho más de sí de haber buscado algo más que la muestra de su virtuosismo. 5,5/10.