En Estados Unidos existe una herida abierta de difícil cicatrización. Una brecha que fractura el país creando una línea de separación entre la comunidad blanca y la afroamericana. La elección de Barack Obama como presidente fue un bálsamo que ha podido dar la equivoca impresión de la desaparición del racismo. Sin embargo, se ha comprobado con el paso del tiempo que la discriminación racial es un conflicto con demasiadas connotaciones violentas que ha provocado una espesa sensación de amargura a nivel social.

El largometraje ‘Dear white people’ del director y guionista Justin Siemen se sitúa en una prestigiosa universidad en la que las fraternidades están a la orden del día. Una de estas hermandades, de tradición afroamericana, se pone en pie de guerra cuando una ley estudiantil permite el acceso a los estudiantes blancos. El foco de la tensión se centra en Sam White (Tessa Thompson), que se alza como la voz de la gente de color del campus universitario.

Simien juega con la ironía para crear una sátira de la sociedad actual americana en una producción que se hizo con el Premio Espacial del Jurado en la edición 2014 del Festival de Cine de SundanceLa elección de una universidad elitista es una manera inteligente de jugar con la idea de superación de prejuicios raciales. Un lugar donde los residentes son personas pudientes y el conflicto se observa en la lejanía. El humor se confunde con racismo (y viceversa) en las tensas relaciones entre personas de distinta raza.



El contexto se diluye dejando paso a una cinta de personajes que luchan por encontrar su lugar. Las etiquetas impuestas y las que nos autoimponemos juegan un papel fundamental en el trascurso de la historia. Mientras que Sam está dispuesta a luchar por sus compañeros afroamericanos, Troy es un estudiante modelo que sigue el camino señalado por su padre, Lionel no termina de encajar en ninguna fraternidad y Coco se obsesiona con su apariencia y el número de visitas de su cuenta de Youtube. Personajes encorsetados en vidas que no les pertenecen, unidos por un mismo conflicto.

Con una fotografía cuidada muy cercana a la del cine independiente estadounidense y encuadres inspirados en el trabajo del famoso director de cine y productor americano Wes Anderson, la narración y el discurso se envuelven con una banda sonora cercana al jazz con un predominante piano que define la sensación agridulce que transmiten los conflictos del largometraje.


Justin Simien sorprende con su opera prima más por su forma que por su contenido. Con un inicio que atrapa por el patente conflicto racial que vive actualmente Estados Unidos, con los casos de violencia policial hacia la población negra en Baltimore y Ferguson más que presentes, la expectación decae en el desarrollo de la trama convirtiéndose en un film ligero sobre la vida universitaria. El Atlántida Film Fest incorpora esta cinta a su quinta edición como un recordatorio para no olvidar la historia de los conflictos raciales, más allá de la comodidad del uso de la palabra tolerancia. 6/10.