EXTRA! 

Si en algo estaremos de acuerdo es en que el arte es la
expresión de una sociedad, el resultado de un dictado que nos configura y
define.
La Feria Internacional de Arte Contemporáneo ARCO Madrid celebró, del
pasado miércoles 22 al domingo 26 de febrero de 2017, su 36ª edición en los
pabellones 7 y 9 de IFEMA, una localización en la que se reunieron más de 200
galerías procedentes de 27 países y en donde las vanguardias históricas, los
clásicos contemporáneos y el arte actual volvieron a atraer a los miles de
visitantes que se acercaron a una cita que en los últimos años va dejando a un
lado la necesidad de polémica gracias al camino marcado por su director, Carlos Urroz.


Durante los cinco días de duración de la feria, más de
100.000 personas (el mejor dato en los últimos siete años) disfrutaron de un
evento que esta vez ha contado con Argentina como país invitado
, demostrando
mediante las 12 galerías seleccionadas por la directora-fundadora del
Departamento de Arte de la Universidad Torcuato Di Tella (Buenos Aires), Inés Katzenstein, que los creadores pueden presumir de versatilidad a pesar de la inestabilidad económica y la
falta de apoyo estatal.


Si trazamos una línea del tiempo que compare la selección de
piezas expuestas en la feria, creada en el año 1982 bajo la dirección de la galerista Juana de Aizpuru, es un
hecho la creciente dureza en la selección del Comité Organizador y
los equipos de comisarios, reuniendo miles de pinturas, esculturas,
instalaciones, fotografías, vídeos, piezas new
media
, dibujos y grabados.
Conveniente sería, eso sí, plantearse si ha
llegado el momento de prescindir de instituciones, empresas y espacios comerciales
en los pabellones, centrando todo el interés en las
galerías.

Con un precio de entrada que oscila entre los 20 euros
(estudiantes) y los 66 (con catálogo), ARCO no ha ocultado nunca su orientación comercial, algo que aún les cuesta entender a quienes buscan la admiración y
calidez de la mera contemplación, más propia de museos titánicos que de un mercado en el que coleccionistas,
galeristas, artistas y profesionales del arte de todo el mundo se reúnen en
busca de nombres, tendencias y galerías concretas.
Eso, obviamente, no impide
la visita a la feria como espacio de conocimiento y descubrimiento de artistas emergentes en un mosaico de proyectos y obras de gran
nivel.

Con un presupuesto de 4,5 millones de euros, la feria ha destinado cerca del 20% a los programas de promoción internacional y de compradores, así como a prescriptores invitados, lo que se traduce en la llegada a Madrid de más de 250
coleccionistas de 44 países y 150 directores de instituciones, comisarios de
bienales y otros expertos internacionales del mundo del arte.
Además, en
su parte más formativa se realizaron sesiones a las que asistieron personalidades
como el prestigioso arquitecto británico Norman Foster junto a charlas públicas sobre
artistas argentinos o encuentros profesionales donde impulsar sinergias.

Entre las galerías más visitadas destacaron la presencia de
grandes firmas como Lisson o Hauser&Wirth junto a otras nuevas como Dvir o
Supportico Lopez. Un lema del artista conceptual serbio Mladen Stilinovic escrito en una
bandera rosa hizo sacar la cámara a muchos: ‘An artist who cannot speak
english is no artist’.
Mientras que unos reflexionaban sobre la importancia
del idioma en una profesión donde el dólar es moneda universal, pocos
sabían que el fondo del mensaje era una reflexión sobre la dominación anglo-occidental
en el arte. Aún más sorprendente resultó ‘Self-portrait as a child’, una de las
piezas de la galería berlinesa Crone, donde una capa de silicona representaba la
figura de un niño tendido en el suelo con un gran realismo en sus
articulaciones.

Entre ambos pabellones se situaron algunos de los proyectos
de gran envergadura que necesita
ron de un espacio propio para su muestra. Una
de las más bellas fue ‘Sphère blanche’, del argentino Julio Le Parc, una gran
esfera colgante elaborada a base de placas de acrílico, hilos de acero,
aluminio y madera.
El ‘Domo Hexagonal’ de Los Carpinteros simulaba un iglú
descubierto de cinco metros de largo, tres de ancho y dos de alto. Muy cerca se animaba al público a introducirse en la ‘Habitación de la Arquitectura’ de Alicia Framis, un refugio
en el que se proyectaban vídeos sobre viviendas para familias poco comunes.


‘El triunfo de Nautilus’, de Salvador Dalí, fue la obra más
cara expuesta de la edición, con un valor de alrededor de 1,4 millones de
euros, en la galería Leandro Navarro.
Junto a su nombre, otros grandes como
Barceló, Gris, Miró o Picasso. Las obras de Ai Weiwei y Anish Kapoor en Lisson
causaron revuelo, así como sonrisas las fotografías de Chema Madoz y la
escultura del madrileño Juan Muñoz.

Impresionante, del mismo modo, la impresión digital sobre
aluminio (acompañada de vídeo) ‘La isla parlante’ en la que se
distinguían los parlamentos más emblemáticos de la política mundial en una isla
desierta donde ya no hay nadie a quien escuchar ni dar voz.
Las constantes críticas políticas demuestran que ARCO no es un espacio ajeno a lo que ocurre
en el mundo, con alusiones a la misoginia y los refugiados en un buen número de piezas.



Con el sueño de una disminución en el IVA del sector y la necesidad
de una ley de mecenazgo,
el mercado del arte camina hacia delante en una cita que
mueve cerca de 100 millones de euros en la capital 
y que recupera el debate sobre la subjetividad, apoyado en el desacuerdo a la hora de elegir las mejores obras de la edición por parte de los cientos de expertos en el sector.
Será cuestión de gustos, de formación o de lo bien que quedemos delante de una
pieza que a muchos sólo les sirve para presumir de
selfie. Si a algo ha renunciado ARCO a estas alturas es a
justificar su existencia, dejando en manos de propios y extraños las infinitas
opiniones sobre una cita que volvió a ser un éxito.