EXTRA!

Tan solo dos personajes, un escenario y un
diálogo intenso. El famoso director polaco Roman Polanski no necesita nada más
para realizar una película diabólicamente entretenida. ‘La Venus de las pieles’,

de una hora y media de duración escasa, es una perfecta sinfonía en la que se
entremezclan la tensión sexual, la sumisión y el amor, de la que el público español puede disfrutar en cines desde el viernes 31 de enero.

Basada
en el clásico literario del austríaco Leopoldvon Sacher-Masoch, la historia parte de la desesperada búsqueda que Thomas (Mathieu Amalric) lleva a cabo
para poder encontrar a una actriz principal que esté a la altura de una adaptación teatral que ha escrito. Vanda (Emmanuelle Seigner) llega tarde a la audición después de un
día fatídico lleno de contratiempos. Como una impetuosa energía, consigue
enredar al autor, que, en un principio, se mostraba reticente ante alguien tan vulgar y alocado. Sin remedio, Thomas
decide probar suerte, quedando totalmente encandilado por la asombrosa
metamorfosis de la mujer, que parece haber nacido para el papel.
Seigner encarna a un personaje con un
gran abanico de registros consiguiendo que resulte tremendamente hipnotizador ver cómo Vanda transforma su desquiciante
ordinariez, que tanto perturba a Thomas,
en toda una señorita cándida y bien educada. No obstante, detrás tanto encanto, se esconde una joven castradora y poderosamente seductora que se ve
complacida por la propuesta de su acompañante, que embargado por la personalidad
arrolladora de la dama, se entrega al placer como esclavo y servidor durante un
año. El llamativo rol de dominante-dominador se intercala constantemente entre
los protagonistas, que disfrutan del placer del masoquismo y la sumisión. Seigner se muestra arrebatadora de
principio a fin, con una fuerza magnética impulsada por cada una de sus frases,
que parecen aún más contundentes y vivas al ir acompañadas de una magistral gestualidad.
Amalric, por su parte, representa
un papel que se centra en el estrés al que se ven sometidos los profesionales
del espectáculo, con un horario preestablecido que no admite cambios, aunque la
actriz perfecta llegue tarde a su propia audición. Engañado por sus propios
prejuicios, acaba viéndose arrastrado por un torbellino femenino que le embauca
completamente con un constante palabrerío que apenas le deja razonar. Y es que,
sin darse cuenta, queda prendado de los encantos de Vanda, en quien llega a confiar de forma ciega hasta el punto de modificar su propia obra y confundir sus sentimiento. El actor recuerda a ese joven Polanski que
interpretaba sus propias películas, en especial, ‘El quimérico inquilino’, de la que el
director ha reservado un divertido guiño que sus fans reconocerán al instante.

El
autor repite la misma fórmula que en su anterior trabajo, ‘Un dios salvaje’, tanto en la adaptación de una función
teatral como, a nivel técnico, en el hecho de mantener a todos los personajes
encerrados en un único escenario en el que se desarrolla toda la acción. Puede
que la trama sea predecible, pero no es lo importante en este tipo de largometrajes: los diálogos son los que establecen la esencia y sobre los que giran el resto
de elementos. 



La obsesión, la
perversión, el autodescubrimiento y la sexualidad son los temas que envuelven
la compleja historia, en la que los protagonistas entablan una relación que
juega con el masoquismo,
aspecto en el que se profundiza hasta tal punto
que la dominación va más allá del plano sexual y físico. El magistral cineasta
consigue llegar a confundir al espectador, que no sabe si el texto forma parte
de la pieza que se representa o es la propia realidad de Vanda y Thomas.
La
sencillez de su puesta en escena es un arma de doble filo, pero Polanski sabe perfectamente cómo
realizar el trabajo de cámara y, a la vez, incluir esos toques propios de su
cine. Además y, como es costumbre en su filmografía, vuelve a contar con la
estupenda labor fotográfica que siempre desempeña Pawel Edelman, que repite por quinta vez con el polaco. La
iluminación, elegante y más que sobresaliente, provoca que el espectador olvide
el escenario, el teatro, todo lo que envuelve a los personajes.
A su vez, el
compositor parisino Alezandre Desplat
se encarga del colofón final con una vigorosa banda sonora de gran
belleza que no puede pasar desapercibida.



Un
retrato ácido y descarado sobre parafilias y obsesiones con el que
Polanski invita a su público a
reflexionar y entrar en un juego ambiguo sin que se percate.
‘La Venus de las pieles’ representa un amor diferente que gira en
torno a la humillación consentida y que goza con el placer de ser despreciado.