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La segunda película del director Barry Jenkins (Miami, 1979), ‘Moonlight’, se estrena este viernes 10 de febrero y es una de
las serias candidatas a dar la campanada en los Oscar
con sus ocho nominaciones, enfrentándose a ‘La La Land’, de Damien Chazelle. El
film cuenta la historia de Chiron,
un joven negro de un
barrio marginal de Miami, 
Liberty Citydonde debe
crecer y explorar su vida, sus contradicciones, sus dificultades y su sexualidad.


Precisamente este último es el ingrediente que hace que ‘Moonlight’ no sea una narración de barrio marginal
como tantas otras. La homosexualidad, aun cuando se ha abordado en la gran
pantalla como causa de marginación, a menudo se toma como elemento único
(como
mucho se llega a introducir el VIH como circunstancia adicional). Jenkins hace la arriesgada apuesta de
entretejer la sexualidad con la desigualdad económica, de clase y racial a su
composición y el resultado es más que satisfactorio.

Aunque Jenkins ya
demostró su habilidad para comunicar emociones en ‘Medicine for Melancholy’
(2008), aquí va más allá. Un sencillo desarrollo en tres actos (el Chiron niño, adolescente y adulto) y un único protagonista, encogido y cabizbajo, que apenas pronuncia más
de dos frases seguidas.
Con estos sencillos elementos el director nos habla de
qué es de verdad un barrio deprimido, de la pobreza, de la soledad, del
fracaso. Incluso de descubrir la homosexualidad, de la pesada carga de la
masculinidad en la infancia y de la homofobia brutal de la juventud. Un
malabarismo delicado que ejecuta con maestría.


Buena parte del mérito se lo debe sin duda a los espléndidos
Alex Hibbert, Ashton Sanders y Trevante
Rhodes, los actores que interpretan a Chiron
en sus tres edades.
Aunque se eche en falta algo de evolución en la
adultez del protagonista, cada gesto y cada silencio es capaz de evocar todo un
torrente de emociones reprimidas. Como guinda, los papeles de Janelle
Monáe
, Mahershala Ali y Naomi Harris (estos dos últimos, nominados a los premios de la Academia)
ayudan a resaltar el recorrido del protagonista.

El estilo de Jenkins
se encuentra más cercano al cine de introspección y crecimiento de Richard Linklater que a las producciones sobre cuestiones raciales más beligerantes de Spike Lee o a las más épicas de Lee Daniels y Steve McQueen. Aparta
así la cuestión más política para centrarse en cómo la desigualdad parte en dos
la vida de las personas.
Quizá al mantener este delicado equilibrio entre lo
comunitario y lo individual se escapen tanto complejidades sociales como
intensidad emocional y el espectador pueda confundirse en la narración. A
cambio, la trama resulta tan incoherente y cotidiana como la vida y
la película salva sin problemas la distancia abismal entre un suburbio de Miami y el resto del mundo.
La sinceridad que emana la cinta se explica con el hecho
de que tanto Jenkins como el autor, el dramaturgo Tarell Alvin McCraney, se criaron en
las calles del mismo Liberty City
plasmado en las escenas. Eso justifica que su historia nos resulte tan
cercana, tan trágicamente normal y corriente. Despojada del
romanticismo con el que a menudo se habla de los que están en los márgenes de
la sociedad, ‘Moonlight’ llega directamente al pecho de quien se sienta
en la butaca.
Nadie debería perdérsela.