EXTRA! 

El realismo en el séptimo arte suele detenerse en
las vidas de los más marginales en los barrios periféricos de las grandes
ciudades, las zonas más ignoradas por la sociedad. Esa pobreza y miseria
captada a través de la visión que nos ofrecen los cineastas es la herramienta
más eficaz para concienciar al espectador y darle a conocer una realidad muy
diferente de la que retratan los medios de comunicación.
El
director mexicano Arturo Ripstein es un veterano en este tipo de cuestiones y su última obra todo un homenaje a ese mundo extremo que da voz a
quienes están predestinados a sufrir por nacer en el lugar equivocado. Hablamos
de ‘La calle de la amargura’, una cinta
que llega a la cartelera española el viernes 27 de noviembre retomando un
caso de homicidio real.

La guionista Paz Alicia Garciadiego, habitual colaboradora del autor, se encarga
de presentar una historia en la que dos luchadores profesionales, Espectrito Jr. y La Parkita, son asesinados por dos prostitutas, Adela (Patricia Reyes Spíndola) y Dora (Nora Velázquez) que, con el objetivo de robarles, acaban con sus vidas en la habitación de un hotel. Situada la acción
en el barrio de Cuauhtémoc, en la Ciudad de México, la película ofrece una
amarga visión desde el preciosismo que caracteriza al realizador, siempre
interesado en denunciar la precariedad en la que se ven inmersos sus
conciudadanos, resignados a una rutina agonizante, claustrofóbica e
irremediable.
Bien es cierto que ese universo sin
esperanza no es nada nuevo. La extrema realidad plasmada rompe con
la naturalidad hasta transformarse en un espectáculo teatral propulsado por la
exagerada dramatización de unos diálogos cargados de ironía. Es ese
toque de comicidad el que aporta gran dinamismo al metraje, siendo inevitable refugiarse en ese placebo cuando el destino se presenta doloroso. Sin
tiempo para la improvisación, Ripstein
deja todo atado para que el espectador comprenda el espacio en el que fluyen la
narración y la psicología de sus personajes
, sobre todo la de las dos mujeres
protagonistas a las que dedica una mayor atención centrándose en sus vidas,
familias, necesidades y deseos y el porqué se ven arrastradas a cometer un delito.


Las estrellas de la producción, Reyes Spíndola y Velázquez, explotan su
gestualidad dando vida a dos seres atormentados por su presente, pero no son
las únicas. El director
da voz a personas anónimas: ancianas que se dejan arrastrar, adolescentes
incapaces de ver la precariedad en la que viven, maridos travestis que también se
prostituyen, jóvenes que hacen lo que sea por unas monedas, vecinas
escandalizadas que no dudan en echar reprimendas a la menor oportunidad, enanos
que trabajan como mascotas en un ring,
etc. Todos tienen su momento a lo largo de la película. Todos sienten
frustración por malvivir en un mundo que no les corresponde.

Entre tintes religiosos y supersticiosos que
recuerdan al gran cineasta español Luis Buñuel, la atmósfera se vuelve cada vez más opresiva. El director de fotografía Alejandro Cantú
trabaja con un trágico blanco y negro saturado
para realizar una labor
sublime en la que se da rienda suelta a los elegantes planos secuencia del
autor.



El preciosismo técnico termina siendo el aspecto que más interés
despierta frente a una historia que no termina de
lograr la empatía del público durante 100 minutos de estética visual abrumadora. Arturo
Ripstein
no puede negar el nivel de profesionalidad tan perfeccionista que le caracteriza cuando, dentro de poco, se cumplen 50 años de la publicación de su primer largometraje, ‘Tiempo de morir’.