EXTRA!

‘El instinto social de los hombres no se basa en
el amor a la sociedad, sino en el miedo a la soledad’
. Así lo afirmaba
Schopenhauer y así se demuestra en ‘El tipo de la tumba de al lado’, una adaptación realizada por Begoña Bilbao de la novela romántica de Katarina Mazetti que, desde su edición en el año 2010, se ha convertido en un best seller. Tras numerosas
versiones y representaciones en multitud de ciudades, la divertida comedia llega al
madrileño Teatro Quevedo de viernes a domingos, hasta el próximo 12 de
junio.


En esta historia poco común el amor surge en un cementerio en el que Aitziber Garmendia (‘Ocho apellidos vascos’) se mete en la piel una tímida bibliotecaria llamada Aiora que acude cada día a almorzar junto a su fallecido marido. Por su parte, Iker Galartza (‘Allí abajo’) da vida a Pablo, un
granjero que visita la tumba de su madre, con quien habla más ahora que cuando estaba viva. Hasta ese momento la situación no
tendría por qué salirse de lo normal, algo que ocurre cuando los
protagonistas empiezan a despertar interés en la persona a la que ven de forma constante en la tumba contigua.

A Aiora lo peor que puede haberle hecho su
esposo es morirse, y más en el preciso momento en que nota cómo su reloj
biológico se manifiesta a gritos. Sin dramas innecesarios, la joven acude a
diario a escribir y compartir sus sentimientos con una lápida austera a la que empieza a hablar del tipo de la tumba de al lado, un señor poco
arreglado, con las manos siempre llenas de arena
, que llena la tumba de su
madre con todas las flores y colores imaginables. Con
poco más en común que sus visitas al camposanto, la pareja empieza a
interesarse en cómo actúa el otro hasta que una
torpe sonrisa prende una historia de amor tan divertida como
atípica.



Como los polos opuestos se atraen, tras los
encuentros diarios entre la pálida cultureta que lee a
Schopenhauer y el rústico Benny, cuyo día a día lo marcan las necesidades de
sus vacas, surge un amor más pasional que romántico basado en la necesidad de
sentirse acompañados
. Aunque al principio todo funciona sin problemas, la situación deja de ser tan idílica cuando empiezan a conocerse de
verdad y las diferencias que tan divertidas parecían se tornan en brechas culturales y sociales complicadas de pasar por alto.


Este argumento tan universal es llevado a buen puerto por Garmendia y Galartza, cuya química crea
una atmósfera en la que el público empatiza tanto con los personajes como con
las situaciones. La elección de los actores sorprende, sobre todo en el caso de Garmendia, a quien se conoce
menos en el género cómico. No corre la misma suerte un guion que de no
ser por el buen trabajo de los intérpretes sería excesivamente plano. Merece
especial mención la efectiva escenografía que, sin apenas cambios en el
mobiliario, pasa de convertirse de un cementerio a un caserío,
pasando por un piso de ciudad e incluso un restaurante.



Una obra sencilla con grandes
dosis de honestidad reflejada a través del humor que
consigue que los espectadores vayan de la reflexión ante la pérdida hasta la carcajada por lo absurdo de
la existencia.
Una montaje escénico divertido, sin grandes artificios ni tramas complejas, que hará pasar un buen rato a quienes busquen desconectar durante cerca de hora y media de todo lo que tienen alrededor.